El otro día leí, que el miedo no existe, que para tener miedo necesitamos una gran imaginación, con ella, generamos situaciones que no han ocurrido, sólo ocurren en nuestra mente. En esas ocasiones, intentamos luchar para no sentir miedo, pero luchamos contra algo que no existe, y perdemos.
Decía el autor, con cierto humor, que lo que hacemos es crear películas de terror en nuestra mente, películas que además nadie ve, sólo nosotros, y proponía que empezáramos a usar nuestra mente de manera diferente, que empezáramos a crear películas de comedia, que cambiáramos ese patrón de conducta aprendido.
Sin embargo, no nos resulta extraño sentir miedo. En muchas ocasiones, decimos que tenemos miedo, miedo de hacernos mayores, miedo de habernos equivocado o equivocarnos en el futuro. Miedo de reconocernos en las vidas de nuestros padres, de no ser capaz de realizar nuestro aprendizaje, de dejar nuestras historias sin resolver a nuestra descendencia. Miedo a despertarnos un día llenos de remordimientos y frustración, por no haber vivido la vida que habíamos imaginado siendo niños.
Miedo a fallarles a nuestros hijos, a nuestros padres, a nosotros mismos. Miedo a pisotear nuestros principios, nuestros valores… por mantenernos en la zona de confort. Miedo a no haber luchado con todas nuestras fuerzas por aquello en lo que creemos, miedo a dejarnos llevar. Miedo… Y es ese miedo el que nos presiona el pecho, es ese miedo el que habla por nosotros, el que actúa por nosotros, el que nos bloquea, nos paraliza y no nos permite disfrutar de todas las cosas buenas que nos rodean.
Es ese miedo el que nos impide quererle, quererme, quererlos de manera incondicional. Ese miedo es el que nos lleva a la rigidez, a la estrechez, el que aprisiona a ese niño que una vez sonrió, que una vez sintió, quiso y se amó. Y si no conseguimos apartarlo de nosotros, presentimos que nos aplastará el pecho, que una llama terminará ardiendo en nuestro interior, destrozando lo poco que quede de nuestra humanidad.
Empezamos a sentirnos como “el payaso triste”, el cual tiene una amplia sonrisa para todo aquel que se le acerca, pero en la soledad del camerino, esa sonrisa se desdibuja y sólo quedan borrones de algo parecido a la felicidad. Nos resulta fácil juzgar a otros, responsabilizar de nuestro malestar a las circunstancias, al tiempo… es la única manera en que nos permitimos respirar. Situarnos en una posición de poder con respecto a los demás, con una humildad aparente. Y lloramos lágrimas amargas que contenemos porque tememos que limpien tanto que nos dejen al desnudo delante de los demás, sin protección, sin cobijo.
En la oscuridad de la noche, Morfeo nos abandona a nuestra suerte, y nos roba el descanso tan necesario y sanador. Y pasan las horas y sólo podemos transcribir nuestros sentimientos letra a letra, palabra a palabra. Es ésta la mejor manera de liberarnos, palabras que no llegarán a nadie, palabras que nadie leerá porque son la parte oscura de la luna, y siendo así no trascenderán, no sanarán, no generarán la alquimia deseada y volverán para convertirse de nuevo en pensamientos oscuros, perversos, cuyo único objetivo es mostrarnos el camino equivocado. Camino que elegiremos una y otra vez hasta que hayamos entendido, perdonado y asimilado.
Empecemos a crear películas de comedia y de amor”.